Ella es tucumana, vive en Japón hace 20 años y le contó por teléfono a LA GACETA que se rehusa a morir. Ana María Kakeno sufrió en carne propia el terremoto que sacudió el viernes la costa nororiental del país nipón.
"Fue impresionante porque yo estaba dando clases en una escuela para niños cuando empezó a moverse el edificio. Me refugié debajo de una mesa y me tapé la cabeza con ambas manos. Fue largo y muy fuerte el sacudón. En un momento pensé ?uy Dios mío, este es el fin?", dijo Kakenko, que ejerce la docencia en institutos y escuelas de la ciudad de Matsumoto, a 260 kilómetros de Tokio, en la prefectura de Nagano.
No puede olvidarse del rostro de sus alumnos; esa imagen y la incertidumbre de si ocurrirá o no una nueva tragedia la mantienen en vilo todo el día. "Los chicos estaban muy afectados. El ciclo lectivo termina la semana que viene. Se asustaron muchísimo. Mientras volvíamos a casa vimos el asfalto agrietado y fisuras en las paredes de algunas casas. Las vías del tren quedaron entreveradas como tela de araña. Es un milagro que la ciudad esté bien. Pude ver y vivir el horror", recordó.
La profesora, que además es traductora de español y portugués, dijo que su ciudad está protegida por los Alpes. "Generalmente no sentimos los grandes sismos pero esta vez se movió todo. Estamos entrenados para conservar la vida, pero ver cómo un tsunami arrasaba con barcos aviones y autos nos dejó a todos shockeados. Ayer a la noche nos despertamos varias veces por los movimientos telúricos que siguieron. Mi teléfono celular activa una alarma cuando percibe algún movimiento. Ayer sonó toda la noche", explicó.
Según relató la docente, quienes quieren ayudar se desprenden de lo que tienen y llevan colchas y comida para los damnificados. "Es mi primera experiencia cercana a la muerte. Cada uno tiene un destino; si me toca me toca. Siempre estuve rezando para que haya paz", se sinceró.
Kakenko, que también ejerce como psicopedagoga en la región, recordó un triste hecho del cual fue testigo. "El pueblo japonés tiene como costumbre no expresar lo que siente; se ríen para escudarse. Una señora que trabajaba en una oficina pidió permiso en el trabajo para viajar a la costa a buscar a sus hijos. Cuando llegó, el terremoto había arrasado con su casa y sus familiares estaban desaparecidos. Qué desolación", aseveró apenada.
La profesional contrajo matrimonio con un japonés a fines de 1980. Luego decidió cruzar el océano para instalarse definitivamente en el país de su esposo. "Tanto esfuerzo humano de tecnología se puede ver arrasado en pocos segundos por la fuerza de la naturaleza. Somos dueños del momento, de segundos de la vida así que debemos entender de una vez por todas que no tenemos que ser soberbios. Tenemos que ponernos las pilas y arremangarnos las mangas de la camisa para ayudar", afirmó.
Contar hasta 20
En tanto, Gaspar Pérez Mena vive actualmente en el sur de Japón, en la isla de Fukuoka. El joven tucumano se recibió de abogado y en 2006 arribó al territorio nipón para hacer un master en Comercio Internacional. Hoy trabaja en una empresa dedicada al reciclaje.
"Gracias a Dios no tuvimos ningún problema. Para mi la jornada laboral fue normal. Yo colaboro con la embajada argentina en Tokio y sé que están buscando a los argentinos que viven allá. Anoche no había suministros en los drugstores y comercios de Tokio. Faltaban agua y comida", le dijo a LA GACETA.
Y agregó que allá los terremotos son algo cotidiano. "Una vez cada tres días se nos mueve el piso. Se viven haciendo simulacros. Hay un lema oriental que reza: ?cuando haya un terremoto, contá hasta 20; si después de llegar a 20 seguís contando, empezá a correr porque seguramente algo malo va a pasar", concluyó.